Guía Sibaris
Reseñas de gastronomía, turismo y eventos
Una breve descripción de los vinos rosados
El buen rosado tiene una frutalidad poco común por una razón de peso, su color viene de macerar las pieles de la uva tinta; pieles en las que anida no sólo el color, sino también lo más profundo y esencial de los aromas vínicos.
Pero como a la vez la maceración es breve, también lo es la extracción de taninos. Por eso se puede beber bien frío y disfrutar de sus sabores frutales sin que ninguna aspereza pueda sugerir algo más.
Un excelente rosado es seco y a la vez tremendamente frutal, aromático, intenso, marcado por notas de frambuesa fresca o de agua de sandía madura, por toronja o por el dejo que estaciona el rocío sobre la guayaba. Conjuga un montón de virtudes, placeres quizá menos serios y esenciales que los de un buen tinto, pero esa es su gracia, donde lo efímero, frívolo y circunstancial es una excelente mezcla de características.
También hay que tomar en consideración al calor del estío, al momento en que se bebe bien frío ese rosado, tal vez a 10 o 12 grados. Hasta ahí como si fuera un blanco, pero de sabores distintos a sus congéneres. A pesar de que lleven en su ADN, patrones parecidos en su creación.
Se dan cita en la botella aromas que suelen estar en los tintos (bayas rojas y negras) y, a la vez, delicados acentos propios de los blancos, flores como clavel y jazmín, pulpa de durazno, piña o cítricos. Excelsa y menuda combinación que nos recuerda que las estaciones climáticas siguen dotando de los mejores ingredientes que pueden añadirse a los caldos de uvas.
Cuando invade el paladar se quiere atrapar su frescura cautivadora y elusiva. Pero el buen rosado no se deja; dura lo que dura y el placer es tan intenso como efímero. Sabores únicos, y quizás pueda sonar exagerado, exclusivos a su formación, diferentes a los otros colores que componen este delicioso abanico de vinos.
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