Guía Sibaris

Pasemos a tocar al camote, su leyenda, que como toda buena historia, tiene más interés que cualquier telenovela de México, y en sus ingredientes, se tienen pequeños trazos y trozos de verdades o mentiras, como los Panamá Papers. Lo bello de la gastronomía es que sin caer en fanatismos, los nacimientos de las recetas, de los platillos, tienen ese encanto melancólico y nostálgico de la historia; sobre todo porque se ambientan en épocas, que para muchos fueron doradas y más porque se hacían con verdadero cariño y pasión; digo, no es que no haya esas características, entre los nuevos y contemporáneos cocineros. Pero ahora la tecnología hace más accesible, la revisión de las recetas y los posibles aportes que puedan tener esas ideas nuevas.

Antes era estar horas y horas en una cocina, y más si se trataba de esas gigantes, espaciosas y hermosas cocinas conventuales, donde las hermanas de Cristo, se dedicaban con todo sudor y esfuerzo, a darle duro a la joda de preparar los sagrados alimentos de todas las habitantes de esas micro ciudades. Es así como el camote, como dulce es que tiene su alumbramiento en una de esas habitaciones, dedicadas a la creación de la comida. Y la mentada leyenda es muy breve, pero significativa y es muy de nosotros, muy de Puebla:

Como todo buen invento que se precie, es por un descuido que nace esta receta, una monja dejo una cazuela en el fuego, como mandan los cánones y así preparar un platillo, dejando que se calentara, se dedica a buscar los aditamentos que necesita y se distrae un momento de las hornillas; y como nunca falta una hermana que estaba aburrida y con cierto toque de maldad, decide provocarla mediante una broma. La ocurrencia le lleva a colocar dentro del cazo, camote molido con azúcar, y no basto sólo eso, también  lo batió, hasta que quedo una mezcolanza de apariencia nefasta. Al llegar la que había precalentado la cazuela, se dio cuenta que emanaba de la misma, un olor que no era desagradable, y al acercarse la bromista, entre las dos probaron la combinación y se percataron que no tenía un mal sabor, al contrario, era delicioso lo que probaban y para darle más textura, le fueron agregando otros ingredientes, lo que reforzó el sabor y le dio otro giro.

Es así, de una ocurrencia, que nace el camote como dulce, de manera ingenua, pero que al final, fue reforzado con el ingenio culinario de estas señoritas religiosas. Esto nos da para que seamos provocadores de la estufa y no nos quedemos con los brazos cruzados con lo obvio, hay que atreverse a hacer nuevas innovaciones gastronómicas.

Descubre la historia, Degusta con el azúcar y Comparte los buenos hábitos.